Esparta

Desde el siglo VI, los espartanos vivieron bajo el régimen de las leyes más exigentes de Grecia.
Es probable que Esparta conociera desde su fundación la atmósfera de una sociedad fundada por guerreros, los dorios, que dominaban a la masa de los vencidos, aunque todavía no reinaba en ella la feroz disciplina que marcaría el futuro estado espartano.


Esparta era una ciudad exigente con respecto a los ciudadanos. De ellos se esperaba una total devoción y, como todas las ciudades griegas de su tiempo, era ya notable por el valor de sus guerreros y atletas.
Pero parece que todo cambió tras las duras guerras de conquista llevadas contra Mesenia (a fines del siglo VIII a.C. y mediados del VII) y contra Argos.

Esparta fue sin duda la mayor ciudad de Grecia cuando hubo dado fin a la anexión de Mesenia y Cinuria, pero a costa de un esfuerzo desmesurado y el agudizamiento de los problemas sociales.

A partir de fines del siglo VII a. C., Esparta se endureció. Antes de consentir en cambios de orden social, intentó hacer lo imposible: asegurar el perpetuo dominio de un grupo muy extenso de privilegiados, los ciudadanos, formados en parte por descendientes de los conquistadores dorios.

Las leyes que organizaron el nuevo estado fueron progresivamente elaboradas. Tradicionalmente, se han atribuido a un legislador prestigioso, Licurgo, cuya personalidad histórica es muy vaga.

Más allá de si Licurgo existió o no, su obra no fue única, porque el estadio espartano no recibió su forma definitiva hasta mediados del siglo VI a.C., después de las reformas del éforo Quilón.

  Mapa de Esparta en Grecia (Wikimedia Commons)
A partir de entonces, los ciudadanos de Esparta sólo fueron soldados y abandonaron las actividades económicas a las clases sociales que ellos consideraban inferiores, los periecos y los ilotas.

Los periecos eran libres y se les permitía el honor de llevar armas, pero se hallaban privados de todo derecho político. Habían sido excluidos de las llanuras más ricas de Laconia: su nombre significaba “los que habitan en torno”.

Los ilotas eran los esclavos del estado, y no de particulares. Cultivaban las tierras (cleros) atribuidos a los ciudadanos de un modo similar a la obra de mano esclava.

El ciudadano, que estaba dispensado en toda actividad económica, podía entregarse a las únicas actividades que encontraba dignas del hombre libre: ser soldado y un ciudadano políticamente responsable.

Entre los ciudadanos, sin embargo, también hubo diferencias. En este sentido, se rebeló el carácter oligárquico o aristocrático de la sociedad espartana.

Las leyes fundamentales fueron tergiversadas y hubo ciudadanos ricos, que disponían de poder político, y ciudadanos pobres.


Los dos reyes que en los papeles ejercían la autoridad política pronto fueron despojados en la práctica de sus poderes jurídicos.

Los reyes eran más bien sacerdotes y jefes de guerra, el resto de la vida del estado espartano correspondía al consejo de los ancianos: la gerusia.

La gerusia era la asamblea de los jefes de grandes familias que dirigían Esparta, y que utilizaron la educación, por no decir adiestramiento de los ciudadanos, para mantenerlos obedientes.

Está “educación” espartana sorprendía, y aún sorprende, por su severidad y su inmediata eficacia.
Según los registros, al nacer, el joven espartano podía ser arrojado de una sima, si los ancianos lo consideraban demasiado débil.

Hasta los siete años educado en su familia, entre las mujeres justamente reportadas por su robustez y sobre todo por sus cualidades de nodriza.

Pero a partir de los siete años pertenecía enteramente al estado. Recibía hasta los 20 años una terrible educación. Moralmente, estaba formado para el canto coral, y algunos preceptos morales breves e imperiosos que la posterioridad designaría como “laconismo”.

Físicamente, el manejo de las armas, la caza, el pugilato, las batallas campales prepararon el soldado espartano.

El interés del estado había de ser colocado por encima de todo, y el ciudadano tiene que sacrificar su vida, y también la ética que regía las relaciones sociales ordinarias: al joven espartano se le enseñaba mentir y a robar, sobre todo para alimentarse, del mismo modo que se le dejaba en libertad de matar a los ilotas aislados que encontraba en sus ejercicios de campo.

Así creían formar una virilidad poco común, lograr futuros ciudadanos, que se dedicaran a servir inmediatamente al estado por el medio que fuese. Creían desarrollar el sentido comunitario, la obediencia a los jefes y las leyes.

Era preciso que el espartano cumpliera los 30 años para que dejara la vida del cuartel, pero de los 20 a los 60 formaba parte de un grupo cuyos miembros cenaban en común y cuyo entrenamiento de soldado no terminaba jamás.


Grecia admiró con frecuencia los inmediatos resultados que obtuvo el estado de Esparta. Los aristócratas, especialmente aquellos que debían vivir en sociedades democráticas, contribuyeron a extender la idea de su valor ejemplar.

La historia, sin embargo, fue más severa. Donde estos legisladores habían creído posible asegurar la perennidad de una sociedad no igualitaria, los medios empleados costaron caro.

Inmovilización económica, pobreza intelectual y artística, mediocridad moral de un mundo sin generosidad paralizado siempre por el temor a la rebelión de los humildes.

Todo esto, finalmente, provocó un debilitamiento a causa de la reducción de sus ciudadanos, diezmados en los campos de batalla, y por el empobrecimiento del estado.

Además, la oligarquía que gobernaba el estado espartano acaparó todos los bienes, hasta el punto de que sólo pudo haber unos pocos centenares de ciudadanos porque ya no había lotes de tierra disponibles para mantener a un mayor número.
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