Semanas antes del Estado de alarma, cuando el
coronavirus no sonaba aún a pandemia global y colapso económico, en un trayecto
Fuerteventura-Tenerife, se evidenciaba la expansión de otro virus: “Esas
feminazis, que son unas histéricas; y esos putos comunistas, que quieren
enseñar su mierda a nuestros niños”. Disculpen el lenguaje, es un literal de lo
espetado, a voz en grito y con intención de que el resto del pasaje lo
escuchase, de un señor situado en primera fila.
Este suceso puede parecer algo anecdótico,
pero es más bien sintomático. Síntoma de que el otro virus, el del fascismo, ha
pasado de su estado latente (siempre estuvo ahí, en relación simbiótica con el
Partido Popular) a un estado manifiesto. Y, al igual que con el coronavirus, es
responsabilidad de todos combatirlo y erradicarlo.
Ocurre que estos sucesos, y las actitudes que
ponen de manifiesto, estaban hasta hace poco latentes. Esas actitudes
fascistas, machistas y xenófobas, y sus expresiones, siempre estuvieron ahí,
pero tenían lugar en la más estricta intimidad.
Existía un nítido rechazo
social a las mismas, y quienes compartían este ideario reaccionario lo sabían,
y por ello callaban, no tenían cabida en el espacio público. Y en esas que
llegó VOX, como un fenómeno disfrazado de antipolítica (en realidad,
neoliberalismo faltón) en momentos políticos convulsos, con una línea
comunicativa pegada al exabrupto que dio sus frutos en las urnas.
Sucedió
porque, quienes hasta el momento callaban e introducían la papeleta del Partido
Popular cada cuatro años en las urnas, vieron en los de Abascal la legitimación
en el espacio público de esas actitudes reaccionarias y restringidas hasta
entonces al ámbito privado. Y salieron a votar. Y ya con representación
institucional, se decidieron a salir del armario. A exhibir esas actitudes
reaccionarias en público.
Ante esto, aunque sin entrar en profundidad a
dirimir responsabilidades en el pasado, no está de más señalar la
irresponsabilidad de unos medios de comunicación que abrieron sus platós y
normalizaron discursos que no tendrían cabida en ningún medio de comunicación
serio en las democracias homologables de nuestro entorno. Tomemos nota de cara
al futuro, la función social que cumplen los medios es antagónica a las
actitudes fascistas, machistas y xenófobas. Y harían bien no “blanquear” a la
extrema derecha y su discurso, aunque sea por puro corporativismo: si llegasen
a tocar gobierno cercenarían la libertad de prensa, no tengan duda.
Quizá resulte más interesante pensar qué hacer
frente a estas actitudes de cara al futuro. Sencillo, imponer de nuevo el
rechazo social. Y nótese el “de nuevo”. Pareciera que, con la llegada de la
extrema derecha a las instituciones, su discurso de odio hubiese cobrado
legitimidad y que ahora seamos los demócratas los que debemos callar ante la
infamia. Nada más lejos de la realidad. Al contrario, hoy más que nunca toca
combatir este otro virus, el del fascismo, en el espacio público.
Debemos
retomar esos automatismos de unos meses atrás y, ante sucesos como el que
arrancaba el artículo, afear las actitudes reaccionarias y combatirlas con
argumentos. Porque estamos del lado bueno de la historia, y de la moral.
Recordarles que los derechos y libertades que pelearon nuestros abuelos y
padres durante la dictadura y la Transición, sirvieron para sentar las bases
del progreso social y económico.
Que las mujeres son libres e iguales a los
hombres, y que la violencia machista, la brecha salarial o el techo de cristal
son una lacra social derivada de un patriarcado que va a caer, más pronto que
tarde. Que nuestras hijas e hijos deben ser educados en los valores de
libertad, justicia e igualdad que promulga nuestra Constitución, para que
después puedan decidir qué quieren ser y hacer.
Que la diversidad racial y
cultural es una riqueza que nos brinda nuevas oportunidades y nos hace mejores.
En definitiva, recordarles que este país mira al futuro y no va a retroceder al
siglo XIX. Ni un paso atrás.
Y no menos importante, este otro virus, el del
fascismo, se combate de igual forma que el coronavirus. Para aislar el virus,
además de apelar a la responsabilidad individual, debemos apelar a la
responsabilidad política.
El coronavirus pone de manifiesto que los recortes de
lo público, concretamente en la Sanidad, y el austeritarismo, son disfuncionales
al progreso.
El neoliberalismo y su mano invisible nos deja indefensos frente a
cualquier crisis, es la antítesis de la seguridad. El coronavirus está
colapsando nuestra Sanidad (recortada) y la economía (desregulada), y todo
apunta a que lastrará el progreso social y económico en forma de crisis.
Sólo
con un Estado fuerte, que apueste por las políticas sociales y los servicios
públicos como primera línea de defensa de lo común, podremos hacer frente a los
retos del futuro, ya sean en materia de salud, medioambientales o económicos.
Y
este antídoto sirve también para hacer frente al virus del fascismo, ese que se
propaga cuando las sociedades se tambalean y entran en crisis, cuando las
clases populares pagan en sus carnes los excesos del mercado y la ausencia de
un Estado fuerte que las proteja.
Frente al otro virus, el del fascismo, y
frente al coronavirus: Estado social, políticas y derechos sociales, servicios
públicos y políticas económicas para las mayorías.
Andrés Briansó
Consejero por Podemos en el Cabildo de Fuerteventura
Consejero por Podemos en el Cabildo de Fuerteventura