Los días 1, 2 y 3 de junio se
celebrarán en Fuerteventura una serie de actos de homenaje a los héroes
majoreros participantes en la Gesta de Baler, los llamados “Últimos de
Filipinas”.
Concretamente, el día 1 de junio, a las 18:00h, se celebrará en el
Auditorio de Puerto del Rosario una conferencia, impartida por el Centro de
Historia y Cultura Militar de Canarias, seguida de un concierto por parte de la
Música del Mando de Canarias y la Banda de Guerra nº 2 de la Brigada “Canarias”
XVI.
El día 2 de junio, a las 11:40h, en
la plaza Nuestra Señora del Rosario, de Puerto del Rosario, un acto de homenaje.
Por último, el día 3, con carácter más íntimo y asistencia de los descendientes
directos, una ofrenda floral a los dos héroes majoreros en Tuineje y
Villaverde.
El día 2 de junio de 1899, un
grupo de treinta y tres españoles salían, con todos los honores, del interior
de la iglesia de Baler, una aldea costera de fundación franciscana, en la isla
de Luzón, Filipinas. Habían coronado una gesta, una más, de las que España ha
plagado el mundo durante siglos.
Enmarcado en la guerra
hispano-filipina de 1896-1899, el asedio por parte de los rebeldes filipinos,
iniciado en Baler por miembros de la sociedad secreta Katipunan, cuyo objetivo
era la independencia de Filipinas, comenzó el 30 de junio de 1898, después de
una refriega donde resulta herido un cabo español. A partir de entonces, y
durante 337 días, los españoles resistirán heroicamente las envestidas de los
insurrectos tagalos.
El primer jefe del destacamento
era el Capitán Enrique de las Moreras y
Fossi, Comandante político-militar del distrito. Contaba con 50 hombres
pertenecientes al batallón de Cazadores Expedicionario nº 2, al mando del
Teniente Juan Alonso Zayas auxiliado por el Teniente Saturnino Martín Cerezo.
Además, les acompañaban el Médico Provisional Rogelio Vigil de Quiñones y
Alfaro con un sanitario y el párroco Fray Cándido Gómez-Carreño Peña.
Entre el personal de tropa cabe
destacar la actuación de cuatro canarios: José Hernández Arocha, natural de La
Laguna; Eustaquio Gopar Hernández, de Tuineje; Rafael Alonso Mederos, de
Villaverde, Fuerteventura, y Manuel Navarro León, de Las Palmas. Estos dos
últimos fallecidos por beriberi.
No solo tienen que hacer frente a
las constantes embestidas del enemigo sino también a la escasez de alimentos y
a la enfermedad, sobre todo al beriberi,
provocada por la falta de nutrientes imprescindibles.
Se sucederán las conminaciones a
la rendición, los intentos de asalto e incluso el intento de incendio de la
iglesia. Los españoles resistían con gran coraje y espíritu de sacrificio. A
pesar de ello, y ante las primeras muertes, se seguían repeliendo los ataques y
se sostenía la posición.
Desde el 22 de noviembre, y ante
las bajas producidas, quedó al mando de la posición el Teniente Martín Cerezo,
liderando con acierto la resistencia e impulsando salidas puntuales con el
objetivo de conseguir frutas, verduras y carabaos, cuya aportación mejoraba la
salud y la moral del destacamento.
Una vez firmada la paz en el
Tratado de París, por el cual España cedía a Estados Unidos la propiedad de
Filipinas a cambio de veinte millones de dólares, los intentos por parte de
autoridades españolas y filipinas de convencer al jefe del destacamento de que
desista en su empeño son reiterados, pero las pruebas no llegaban a ser
absolutamente concluyentes y las razones aportadas sonaban a palabrería
insustancial. Ante esta postura, los rebeldes cañonearon la iglesia para forzar
la rendición.
Cuando se tenían planes de salir
en fuerza y abrirse paso hacia Manila, una noticia aparecida en la prensa
española que dejaban los distintos emisarios que se acercaban, convence al Teniente
Cerezo de la situación real. Los héroes, una vez pactadas las condiciones de la
capitulación, salen con orgullo de la iglesia enarbolando la bandera de España,
ante la admiración de los sitiadores.
Esa mixtura de acometividad,
serenidad y espíritu de lucha, que caracteriza al combatiente español, llevó a
este grupo de soldados a soportar todo tipo de factores adversos, sabiendo que
tenían el aliento de sus compatriotas a 12.000 kilómetros de distancia.
El Presidente de la República de
Filipinas, General Emilio Aguinaldo, en el decreto de Tarlac, de 30 de junio de
1899 reconoció que aquel puñado de hombres se habían hecho acreedores de la
admiración del mundo por su valor, constancia y heroísmo. Por ello, ordenó que fueran
considerados como amigos y no como prisioneros, y que se les facilitara el
regreso a España. El día de la firma del decreto de Tarlac, además, ha sido
declarado en Filipinas como “Día de la Amistad Hispano-Filipina”, en
reconocimiento al acto heroico.
La indiscutible trascendencia de
este hecho y lo que señala verdaderamente el sentido de esta singular
actuación, más allá de cualquier determinismo razonable, de cualquier decisión
por persuasión o de dejarse llevar por una relativa moral de situación, es la
existencia de una firme fundamentación en el cumplimiento del deber.
Todos ellos fueron recompensados
según su categoría militar.