Resucitar a un muerto político por Domingo Fuentes Curbelo

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Siempre he pensado que la derecha española más recalcitrante ha sido el principal aliado que han tenido los independentistas catalanes. Esa caterva estúpida desprecia muchas cosas de Cataluña, pero especialmente que esa Comunidad tenga su propia lengua y la considere como un patrimonio de todos sus ciudadanos. Esa turba españolista a la que se abraza el PP ha ido de error en error en Cataluña, lo que les ha llevado a convertirse en una fuerza política testimonial en ese territorio.

El primer error, y el más grave desde mi punto de vista, fue el recurso del Partido Popular contra el Estatut, aprobado por las Cortes Generales y refrendado por el pueblo catalán el 18 de junio de 2006. A los independentistas se les empezó a hacer caso a partir de entonces. Como consecuencia de ese recurso, en 2010 vendría el fallo del Tribunal Constitucional, anulando algunos artículos claves del nuevo Estatut, lo que provocó que el 11 de septiembre de 2012 se echaran a las calles de Barcelona cerca de un millón de personas, la mayoría pidiendo la independencia. Ese fue el punto de inflexión, el punto de no retorno que disparó la deriva independentista. Tengo la convicción de que el nuevo Estatuto de Autonomía hubiera garantiza la convivencia en Cataluña durante décadas, habría reforzado a los sectores no independentistas del catalanismo, y habría estancado los afanes secesionistas.


Pero eso no fue todo, porque en 2011 el PP ganó las elecciones en España con una mayoría absoluta inapelable, y ahí empezó la inacción, el desdén, el desprecio y la falta de diálogo del Gobierno presidio por Rajoy, que es otro error de enormes magnitudes y otra de las claves del avance independentista. «La fruta cae de madura», debe pensar Mariano Rajoy, y es cierto, pero puede que cuando caiga ya esté podrida. Una mayoría relevante de la sociedad catalana que no comparte el deseo de abandonar España lleva años clamando por el diálogo y como respuesta siempre se ha encontrado con el muro de la sordera del Gobierno y del PP.

Finalmente, el secesionismo se ve nuevamente reforzado con la imputación del aún presidente en funciones y aspirante a presidente de la Comunidad catalana por la consulta del 9-N de 2014. Coincido con la apreciación que ha hecho estos días en el Senado el expresidente socialista de la Generalitat, José Montilla, en el sentido de que  el proceso judicial contra Artur Mas es un «error político de gran magnitud». Esas fueron sus palabras, a la vez que alertaba de que la imputación por la consulta soberanista tenía «escasísima consistencia jurídica». Van a convertir a un cadáver político en una víctima del españolismo más rancio. A resucitar a un muerto, políticamente hablando, claro está.

El proceso —que en el peor de los casos podría acabar con la inhabilitación del peor presidente que ha tenido Cataluña— da alas al independentismo, que, de paso, podría verse liberado de una rémora política, y pasar a aglutinar esfuerzos en torno a un nuevo líder que no tuviera nada que ver con la nefasta gestión y las políticas de recortes sociales en sanidad y educación llevadas a cabo por Artur Mas —que unidas a las de Rajoy, tanto sufrimiento han causado al pueblo catalán—, ni estuviera salpicado por los procesos de corrupción en los que este y los líderes de su partido CDC —especialistas en embolsarse el 3% de las obras—, se han visto inmersos.

No es aceptable la chulería con la que Artur Mas —a pesar de ser un perdedor nato y de  verse a sí mismo como el redentor del catalanismo independentista— afronta su imputación por la consulta soberanista, desafiando a los Tribunales de Justicia y descalificando la independencia del poder judicial, así como movilizando a sus afines y epígonos ante su «martirologio». Pero tampoco es de recibo que el partido que gobierna España se abrace a esa caterva que desprecia a los catalanes, a quienes llevan en el ADN el desdén por la diversidad. La mayoría de los catalanes está harta de Artur Mas, pero también se están cansando de la soberbia de esa caterva que quiere uniformarnos, ponernos firmes a todos los españoles y pasarnos revista hocico en alto. Eso último es lo que está provocado que muchos catalanes de buena fe —trabajadores, profesionales y empresarios— que hasta hace poco ni se planteaban la idea de la independencia se lo estén pensando, o incluso puede que a estas alturas ya hayan cambiado de opinión.

Mas se ha pasado la paciencia, la calma, la racionalidad —el seny catalán— por el arco del triunfo, y se ha convertido en un político de vuelo raso y faltón. Un muerto político que, aparte de dividir a la sociedad catalana en dos bloques, ha ido de fracaso en fracaso y no ha tenido la dignidad de marcharse para su casa, como en su día hizo el líder del Partido Nacionalista de Escocia, Alex Salmond, nada más conocer los resultados del referéndum que perdió. Por contra, un Más agonizante políticamente, moviliza a una turba de unos de 400 alcaldes —que acude a aclamar a su «héroe» y de paso a desautorizar a la Justicia—, al tiempo que suplica el apoyo para la nueva investidura a los antisistema de la Candidatura de Unidad Popular, CUP, quienes aseguran que ven a Más como al muñeco de feria al que todos le pegan, y que eso les empuja a defenderlo frente a la «cacería» política y judicial a la que se ve sometido.

Ante este panorama desolador, el 20 de diciembre de 2015 se nos presenta la oportunidad de revertir el caos. En España hace falta un giro político de 180 grados, un nuevo Gobierno con sensibilidad y capacidad para escuchar las aspiraciones de la sociedad catalana, pero especialmente a esa mayoría sustancial de catalanes que no solo no comparte el deseo de romper, sino que, más bien al contrario, busca desesperadamente un encaje cómodo en España. La democracia y la política de altura es dialogo y respeto entre los interlocutores. La mayoría de los catalanes saben que abandonar España es para siempre, mientras que los gobiernos, por suerte, son temporales y se pueden cambiar.
Domingo F. Fuentes Curbelo
Soy canario, de la isla de Fuerteventura. Licenciado en Filología Inglesa. Profesor de IES San Diego de Alcalá de Puerto del Rosario. Socialista. He sido consejero y vicepresidente del Cabildo de Fuerteventura, diputado del Parlamento de Canarias y senador por la comunidad Autónoma de Canarias. Escribo en mis ratos libres y he publicado varios libros (novela y poesía).