Tindaya (Fuerteventura), la montaña cósmica

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Miguel A. Martín González*

* Historiador, profesor y director de la Revista Iruene

Uno de los lugares más emblemáticos de Canarias se encuentra en la isla de Fuerteventura y se llama Montaña Tindaya, lugar donde los antiguos mahos construyeron el orden del mundo y del cosmos. El universo reducido a una montaña y, por ello, el estudio de las cumbres y de las ruinas que en ellas se encuentran se torna imprescindible para la comprensión de muchos aspectos de sus creencias.

La posición geoestratégica que ocupa la Montaña Tindaya es doblemente inmejorable tanto para la observación del cielo como para correlacionar los astros con elementos destacados de la topografía de campo visual, especialmente durante la estación de lluvias (de octubre a abril).

Como ya sabemos, el símbolo elegido por los mahos fueron los grabados rupestres podomorfos (formas de pie humano), usado como vehículo de canalización abierto a un pensamiento capaz de concretarse en ideas y de interpretar una cosmovisión también referida de forma simbólica. Ahora bien ¿qué sentido profundo esconden las más de 200 huellas talladas en la roca de la cara Sur de Montaña Tindaya? ¿Qué simbolizan? ¿Qué imagen arquetípica representan? A su vez, ¿Alguien puede pensar que los podomorfos de Tindaya se grabaron en cualquier roca elegida al azar? O acaso ¿existió un procedimiento de observación, selección y elección de soportes con fines prácticos dentro de su lógica?


Mediante la orientación astronómica, el espacio consagrado se conecta y actúa en reciprocidad con los movimientos celestes. Por tanto, no titubeamos al afirmar que Tindaya se rige por las relaciones cósmicas acorde con los ritmos del universo.

La presente exposición pretende explorar los principios de orientación que reflejan conceptos astronómicos y aspectos de la espiritualidad. La consideración astronómica se refiere a los fenómenos observables en el horizonte, es decir, en los puntos de salida y puesta de los cuerpos celestes y, en su caso, la vinculación con la topografía. Estas observaciones se realizaron a simple vista convirtiendo el horizonte en un verdadero cronómetro que establecía las fechas en virtud de las distintas posiciones que ocupaban los astros a lo largo del año, e incluso, en ciclos más largos. En este sentido, los podomorfos se direccionan y señalan puntos astronómicamente relevantes. Los símbolos de Tindaya recurren constantemente a la redundancia, a la repetición acumulada, al ensayo continuo, en un afán de perpetuar la imagen de las cosas vistas o vividas, contribuyen a implantar y encauzar una memoria convergida.

El primer y, hasta ahora, único trabajo arqueoastronómico que se ha publicado sobre los podomorfos de Tindaya se debe a los autores M. A. Perera, J. A. Belmonte, C. Esteban y A. Tejera (1996). Pues bien, nuestro ascenso a la montaña sagrada nos fue revelando algunos de los secretos que en casi nada tenían que ver con las conclusiones aportadas en dicho trabajo. 

Lo primero que nos sorprendió fue que la orientación de los petroglifos se basara en la disposición de talón a los dedos y no en la orientación del asiento (el soporte) donde se tallaron. En segundo lugar, se le da un protagonismo desmedido al Teide cuando no existe nada, absolutamente nada significativo desde el punto de vista astronómico. La hipótesis topográfica planteada con supuestos podomorfos orientados hacia el Teide nos parece bastante forzada, puesto que no existen ni una sola basa o asiento que mire en esa dirección. Es más, desde la mayoría de los grabados no se observa el Teide al ubicarse en el lado opuesto y estar abrigados por la propia Montaña Tindaya.


Teniendo en cuenta la orientación del soporte donde se grabaron los podomorfos resulta que existe una disposición muy acentuada. Más del 80 % se orienta con la Montaña de Escanfraga ¿Por qué ese punto? ¿Qué acontecimientos astronómicos suceden allí?


 A partir de aquí empezamos a construir su intencionalidad. Lo 
primero fue descubrir la pieza clave del puzle: el orto del asterismo de las Pléyades surgiendo por la punta más elevada de dicha montaña desde los primeros siglos de nuestra era cristiana, durante el crepúsculo a mediados de octubre, para ir coronando toda la montaña a lo largo de todo el período indígena. 




Así mismo, abarcando toda la superficie de la Montaña de Escanfraga, surge durante nueve años la Luna del lunasticio de invierno, incluyendo el lunasticio de invierno Menor Norte, cada 18 o 19 años, por la cumbre más elevada del volcán. También desvelamos que, durante el solsticio de verano, el Sol sale por detrás de la esquina Norte de la Montaña de Escanfraga. 



Por cierto, el resultado del análisis toponímico realizado por el filólogo e historiador Ignacio Reyes alude a poder, capacidad, posibilidad, ocasión, mostrarse, aparecer, anunciarse… coincide contextualmente con lo aquí manifiesto, siendo un apoyo fundamental en nuestras conclusiones.

Existen algunos soportes que dirigen su atención en otras trayectorias también significativas para la cosmovisión majorera. Por ejemplo, la Montaña de Enmedio, con su inconfundible forma piramidal. Cuando el Sol  llega, en su desplazamiento, al extremo Sur (solsticio de invierno), despunta por la misma cima de la montaña. Por su parte, el Morro de La Tabaiba tiene como enlace a la constelación de Orión -el Arado-. Hace 2.000 años, el orto de las tres estrellas principales se producía por la misma cima. Otras direcciones menores “coinciden” con la Montaña de La Muda por donde surge la Cruz del Sur en sincronía con el ocaso de la estrella Canopo y la constelación de Casiopea al Norte, también en concordancia con el orto helíaco de Canopo.


La base de la que partimos es que la observación del cielo estaba estrechamente ligada al aspecto cultural y a los elementos naturales, siendo la mejor forma de ubicarse en el espacio y en el tiempo. Durante 2.000 años, Tindaya fue el arquetipo cósmico, el lugar de observación de los acontecimientos astronómicos más relevante para los mahos. Allí está impresa una cosmovisión que define el sentido del eterno ciclo de la vida. 

Por eso, era perentorio, y en ello les iba la vida, ordenar el espacio para poder controlar el tiempo. Tindaya con sus podomorfos funcionó como una inconmensurable tribuna astronómica que determinaba, circunscribía y aglutinaba los tiempos sagrados de rogativas y celebraciones cíclicas. En aquel lugar se alcanzaba la intemporalidad y se adquiría lo eterno.

Durante el crepúsculo, a mediados de octubre, emergía sobre el punto más alto de la Montaña de Escanfraga el inconfundible asterismo de las Pléyades, una referencia celeste significativa y un anotador de extraordinaria precisión para reglamentar un nuevo ciclo vital: el inicio del período atmosférico vinculado a la fecunda estación de lluvias. A principios de mayo, las Pléyades vuelven a emerger sobre la Montaña de Escanfraga con las primeras luces del amanecer, marcando el inicio de la estación seca y/o los preparativos para el arranque de la estación de la siega.


El resto de los astros señalados en Tindaya siguen el mismo camino de eterno retorno que confluyen en el plano sujeto a la ley del devenir cíclico: aguas, lluvia, vegetación, fertilidad…
En definitiva, los indígenas majoreros veneraron la Montaña Tindaya y la convirtieron en el Centro del Mundo, allí estamparon huellas de pie humano como garantes de una memoria antigua que certificara el favor de los espíritus aparente en los ciclos del regreso eterno de los astros. Allí está representado el acto de la creación y los episodios de un calendario que conmemoran las principales fases cosmológicas que ocurren a lo largo del año. Rastrearon cada roca con el objetivo de establecer la armonía universal, ordenando el espacio para controlar el tiempo. Un tiempo que se repite cíclica y eternamente(1).

(1) Este artículo forma parte de un trabajo publicado en la Revista Iruene nº 7 (2015)  pp 31-63.

Tindaya ya es el monumento