Toros,Toreo y Literatura (3) : Jorge Semprún, Domingo González Lucas, alias Dominguín, y Hernest Hemingway por Ángel Díaz Arenas

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1.1.2. «Por los soles compartidos»
, persona que se llama Aura Lucía Mera y que informa bajo el triste y añorado título “Treinta y ocho años”40 que cuentan y reviven “In memoriam a Domingo Dominguín - Doce de octubre. Al despertar un pensamiento agudo como una flecha se me clava.
 Doce de octubre 1975 (recordemos: Dominguín se suicidó el 13). Guayaquil. De nuevo una punzada de incredulidad. Como si el tiempo se hubiera detenido. Treinta y ocho años. Una vida. Muchas vidas y muchas cosas. Algunas borradas suavemente, pinceladas de acuarelas ya desteñidas. Otras fijas, clavadas, inamovibles, como estacas incrustadas en las rocas que ningún temporal ha podido remover. Ese amanecer forzoso. 
Ese despertar sin ganas. Mañana arropada todavía por las brumas de un abrazo confuso y triste. Resaca acumulada. Torbellinos de emociones encontradas, incertidumbres, desencantos, todo envuelto en el sopor y la humedad de esa ciudad incómoda y amenazante. Inventarse ese día, como se habían logrado inventar tantos otros. Un domingo más.
 La última tarde. Ocho toros. Luego el regreso a una normalidad difícil, que se construiría poco a poco, lentamente. La magia rota. Perdidas para siempre fichas esenciales en ese frágil rompecabezas del amor.
 Esos lazos atados en nudos marineros se fueron deshilachando imperceptiblemente como el vapor casi invisible que sube después de la lluvia y se va enroscando, trenzando grises y plomados nubarrones que se espesan densos, amenazantes, gigantescos, hasta explotar turbulentos en un diluvio iluminado por rayos y centellas empujados por vientos huracanados, barriendo todo, enlodando todo lo que algún día estuvo limpio, brillante, iluminado por el sol. Mientras en la Plaza ardiente, rústica, polvorienta, caía el quinto toro derribado por una estocada grotesca, ahogado en su propia sangre derramada a borbotones por la boca, no muy lejos, en el cuarto morado de un sórdido hotel, el disparo sordo de una pistola derrumbaba sobre el sofá gastado de peluche tu cuerpo ahogado también en arcadas de sangre incontenibles. 
El tiro dirigido al corazón, reflejado en el espejo mohoso del salón, se desvió destrozándote el pulmón. Como el quinto toro. A esa hora de muerte torera. El viejo reloj de la plaza apuntaba unas fatídicas cinco de la tarde. Dos toros más enfrentaron la muerte en la arena. Pero desde las cinco ya el olor a pólvora del disparo lejano se había incrustado para siempre en tu vida y en la mía. En adelante esa ausencia se convirtió en la compañera fiel, que nunca permitió que te marcharas del todo. Treinta y ocho años.




Despierto en una mañana soleada, transparente. Cinco nietos revolotean excitados planeando la larga caminata hacia la punta de la montaña. Un desayuno alborotado de risas y juegos. Mis dos hijas se encargan de organizar la mini-tribu. Al más pequeño le cuelga un diente, pero se resiste a perderlo. Salen todos estrenando vida, mirando de frente al sol. Muchos años. Muchas vidas. Una sola que nunca cambia. La única que la ausencia enlazó en nudos marineros irrompibles que ninguna borrasca pudo destruir. La muerte equivocó su sino. Jamás nos separó. Hoy, en Subachoque, cuando cae la tarde y las nubes cubren el sol, y una brisa fría acompaña la lluvia que serenamente cae sobre la marquesina, puedo decir con certeza absoluta que nunca te fuiste. 


Sigo sintiendo tu espalda tibia, como esa noche en Madrid, en casa de tu madre, en la calle Príncipe, cuando te abrazaba sintiendo que nada malo podría suceder. Que ese cuerpo fuerte, generoso y cálido jamás se alejaría. Que carcajadas y soles alumbrarían el camino. Que nos comeríamos el mundo. Que el destino era nuestro. Que nunca habría un final. La lluvia arrecia. 


La brisa se vuelve viento helado Un relámpago ilumina el negro de la noche. Compruebo que el tiempo es una mentira. Que somos fantasmas siempre unidos que se encuentran lejanos. Tu firmabas el duende cuando a diario enviabas las rosas. 


Yo pintaba fantasmas tomados de la mano. Inventamos la historia. La vivimos a fondo. Decidiste marcharte una tarde de toros. La camisa rosada la teñiste de sangre. Yo seguí caminando. Por senderos oscuros fui encontrando la luz. 


Seguiremos unidos sin jamás encontrarnos. Unidos en el aire por una brisa suave, o en las noches de luna con un lucero errante. Una palabra suelta, algún olor amable, el eco de una risa, un nevado, un toro altivo y noble, un quite lento y suave


. Siempre hay algo que te vuelve al presente. No lograste partir. Yo no pude olvidarte. Treinta y ocho años. Ese doce de octubre. Esa tarde de toros. Ese disparo frente a un espejo empañado. La carta escrita a mano. Tenía que ser así. Treinta y ocho años después te escribo recordando que el tiempo es un invento. Que sigues existiendo atado a mi existencia.


 Que la muerte no pudo desatar esos lazos, que no siento tu ausencia porque nunca te fuiste, que te sigo queriendo, aunque parezca absurdo, sin dolor ni tristeza. Sigo alegre el camino y algunas veces, muchas, me tomo de tu mano. Subachoque.41 12 octubre, 2013 (Hoy cuarenta años)”. 


Informaciones que pueden complementarse y precisarse algo más con las que nos brinda Pilar Álvarez en “La muerte olvidada de un Dominguín”42 y que informa parcialmente: “Más el día trece de Octubre de 1975 viajan a la Feria Taurina de Guayaquil Ecuador, descansaron en un hotel de la ciudad hasta la hora de la corrida, Manolo insistió al Maestro Dominguín, para que fueran a la plaza. Sin embargo, él le manifestó que se adelantara, y que le seguiría. 


Dominguín jamás fue a la corrida; es más cuando Manolo Cerezo regresa al hotel, se encuentra con la desafortunada sorpresa de que se había suicidado. Los motivos se quedaron sin aclarar. Sin embargo, el Maestro había pedido anteriormente que sus restos reposaran en Cayambe, donde la plaza de toros lleva su nombre como un homenaje de cariño de quienes le conocieron. Dominguín, estaba casado con Aura Lucia Mera, que venía de otro matrimonio con el Gobernador de Cali Colombia, mujer de la alta aristocracia caleña, su relación con el escritor García Márquez




 

era muy especial al que admiraba mucho. Ante la muerte de su esposo, decide reunirse con su familia en Cali. Le propone a Manolo Cerezo Mayoral de la Hacienda el Ranchito, que se compre dándole a su vez toda facilidad de pagársela cómodamente. La hacienda el ranchito está llena de fotos de Grandes Maestros del Toreo Españoles, de recuerdos, de nostalgia, en ella se decidían los toreros que irían en los carteles de la feria de Quito. Los que hemos tenido la suerte de disfrutar de este rincón con Mayúscula Taurino, más el cariño de la familia Cerezo Hernández, los recordaremos por siempre en el corazón”. Pero este suicidio desde el principio, aparte de la muerte de su esposo, trajo bastantes para Aura Lucia Mera como ella recuerda y cuenta en “La foto”43 (cursivas nuestras): «Me la encuentro de casualidad, tratando de poner orden a carpetas, artículos, documentos, en fin... Releo cartas de Gonzalo Arango a mi mamá, dibujos de mis hijos cuando estaban pequeños, garabatos llenos de amor. Me meto en ese túnel del tiempo, en ese volver a sentir lo que ya creíamos recuerdos... comprobar que el pasado no existe y que todo sigue siendo un eterno presente. Las emociones vuelven intactas y demoledoras. No se desvanecen jamás. No sé cómo llegó a mis manos... 


Plaza de toros de Guayaquil, 12 de octubre de 1975. Todos de pie escuchando las notas del himno nacional. Corrida de ocho toros. La última de la feria. Mi marido y empresario, Domingo Dominguín, había prometido llegar al quinto de la tarde. Pero no llegó. A esa hora, a esas terribles cinco de la tarde, estaba acabando su vida, voluntariamente, con un tiro de pistola en su corazón. Iniciaba Kafka su recorrido en mi alma. Esa mañana luminosa iniciada con besos terminó en la tiniebla absoluta. Su cuerpo inánime y ensangrentado, recostado en un sofá. Tres cartas... la única escrita a mano para mí. 


Despidiéndose con amor. Su cuerpo a la morgue y yo a la cárcel... tras las rejas mientras los socios de la empresa se robaban el dinero de la taquilla, guardado en una caja fuerte del hotel, y se marchaban a Quito. El cadáver también se lo llevaron. Yo seguía en la cárcel acosada de preguntas que no entendía, compartiendo celda con otro “delincuente común”. 


Hasta el anochecer del día 13 en que un amigo del alma me rescató y regresé a Quito con la misma ropa y con el alma rota para siempre. Me encuentro también con un texto, especie de soliloquio, que escribí en esos días, tal vez para no enloquecerme del todo. Lo quiero compartir para romperlo después y dejarlo volar y no volverlo a encontrar: “Solamente cuando de un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, de un empujón brutal, te ha derribado”, Miguel Hernández. 


“Solamente cuando te golpea la muerte cara a cara, cuando detrás de unas rejas te enteras de esa muerte, cuando en página roja ves tu rostro, a causa de esa muerte, cuando al fin llegas a casa, a esa casa, días antes llena de risas y de diálogo, y encuentras el vacío inexplicable de esa muerte, cuando una luna pálida ilumina un nevado y esa luna dirige tu mirada a la tierra y a ese rostro, ya irremediablemente atado por la muerte...”.


“Y las velas se apagan y llega la neblina y quieres volver a mirarlo y despedirte y a hablar y encuentras solo muerte... Y pasa el tiempo y te quedas muy sola y no entiendes casi nada, pero la vida sigue y tú escoges la vida. La vida, la ilusión, el trabajo, ideas buenas... y crees que transitas por un camino limpio, aunque lágrimas solas acompañen tus sueños”. 


Han pasado muchos años, pero la foto revivió todo como un relámpago fulminante. Ahora entiendo que ese tiro también fue el inicio de mi infierno profundo, ese camino hacia el fondo sin fondo del alcohol y las drogas... destruirme anestesiada por las sustancias, matar mis emociones, fingir vivir y amar estando muerta por dentro. 


La adicción se disparó como una represa que empieza a filtrarse hasta que arrasa incontenible lo que encuentra. Creo que logré renacer gracias al amor intacto hacia mis hijos. Ese amor no murió. Gracias a aceptar la ayuda y a aceptarme en mi derrumbe. Así aprendí a caminar paso a paso, día a día, descubriendo un mundo nuevo, descubriendo un ser superior que nunca me había abandonado y que me sigue llevando de su mano. Domingo sigue en mi corazón. 


La muerte solo llega cuando llega el olvido... ¡y eso no llegará! Posdata. Gracias por recibir este taco tan íntimo, pero sentí que lo tenía que compartir. ¡Vuelve a salir el sol!» Texto muy bello y sentido que es una lección de afección y ternura, al que sumamos un que dice bastante sobre “Domingo Dominguín” y familia (aunque nunca se nombre a su esposa: Aura Lucía Mera) que no puede cerrarse sin leer el escrito de

 

1.1.3. Machado de Assís, “Domingo Dominguín:

L‘Adieu”44, y cuenta (blog: El Ventalle de cedros): «Es fascinante la figura de DOMINGO DOMINGUÍN, el mayor de los hermanos, amigo de Jorge Semprún, Javier Pradera, Aldecoa, Ricardo Muñoz Suay… financiador, protector, encubridor de todos los militantes comunistas del momento. En “Federico Sánchez se despide de ustedes” Jorge Semprún evoca con tristeza la ausencia de Domingo. “En la Ancha, una vida más tarde, varias muertes más tarde, alguien murmuró que sólo nos faltaba Domingo. Nos miramos y era verdad. Había sido nuestro amigo, a veces incluso el vínculo entre nosotros, la amistosa conciencia de nuestra amistad…


” En la Cervecería Alemana o en Lhardy, con Julio Camba, Paulino Garagorri, Juan Cristóbal, Pepín Bello, Díaz Caneja, Arniches, Chueca Goitia, Miguel Utrillo, o en el Café Pelayo -recuerda Pepe Esteban-, con Celaya, López Pacheco, Alfonso Sastre… su presencia había sido brillante, tumbativa. Con su hermano Pepe, con Juan Antonio Bardem y otros chiflados más crean UNINCI. Y en el Callejón de la Ternera deciden un buen día financiar VIRIDIANA (con lo que se arruinan, claro está). Torero, apoderado de toreros (de Luis Miguel y Antonio Ordóñez entre otros; y de Miguelín, Rafael Ortega y Curro Romero), administrador de plazas de toros (Bogotá y Quito entre ellas; y con su hermano Pepe, de Vista Alegre varias temporadas. Aquello de “La oportunidad”, de donde sale Palomo Linares, fue suyo). 


Su amigo Ignacio Aldecoa muere entre sus brazos, de un infarto mortal un sábado en su casa de Ferraz. (Semprún, Pradera y Aldecoa se habían hecho inseparables). En Guayaquil se pega un tiro en el corazón, lo que más le dolía, en vez de en la cabeza o en la boca, como su amigo Hemingway y otros muchos. Dejó escrita una frase: “Por los soles compartidos”, la que Jorge Semprún escribe en la dedicatoria de “La segunda muerte de Ramón Mercader”.


 Javier Pradera cuenta que la conexión de Domingo con el PCE le venía de México, a través de los exiliados, y en concreto de uno llamado Diéguez. Desde entonces su activismo fue intenso y desbordado, como correspondía a su actividad. Muñoz Suay: “Era el hombre más generoso que jamás había conocido. Lo daba todo”. Puso el piso de Ferraz a disposición del PCE. Allí vivió escondido en una época Jorge Semprún, su gran amigo. “Cuando en 1988 me nombraron ministro, Hemingway había muerto. Domingo también. Se habían suicidado los dos. Ambos se habían pegado un tiro… Domingo, que era el ser más vital que he conocido… ¿Un día de soledad? ¿Cómo saberlo? …” 


Domingo padre, el patriarca, muere en 1958 con 63 años, de cáncer de recto. Había tenido tres hijos: Domingo, Pepe y Luis Miguel, y dos hijas: Gracia y Carmen. Su mujer, Gracia Lucas, era pelotari y gracias a ellos, a este matrimonio, se han mantenido multitud de revistas del cuore y programas de televisión.


 Nació en Quismondo, y en ese pueblo, y en esa finca, “La Companza” (a 7 kms. de Quismondo) sitúa Jorge Semprún su última novela, “Veinte años y un día”, la única que escribió en castellano. Quismondo fue el epicentro de todos ellos. “En un bonito paraje, donde empieza a quebrar la monotonía y aspereza de la meseta, y, ya cercana a las estribaciones de Gredos, tiene aguas y arbolado que configuran, con la sierra al fondo, lugares de indudable belleza” cuenta Pepe en sus Memorias. Apoderado de toreros, entre otros de Cagancho (uno de esos genios que tenían bula para de vez en cuando dejarse vivo un toro) y de Domingo Ortega, y de sus hijos, por supuesto. 


Y empresario de plazas, tanto de España como de Sudamérica; hasta 30 llegó a tener, alguna en propiedad. Había comenzado como banderillero en 1917, en Cadalso de los Vidrios45, y en 1918 ya le da la alternativa en Madrid Joselito el Gallo. Tuvo serias cogidas y se retiró pronto, en 1925. Como empresario ganó mucho dinero y se arruinó muchas veces, como es típico en ese mundo. También fue Domingo hijo apoderado y empresario. 


Apoderado de Luis Miguel desde la muerte del padre hasta la retirada de Luis Miguel; y de Antonio Ordóñez mucho tiempo. En Ecuador tuvo una ganadería que llamó “Aracataca”, en una finca que denominó “Macondo.


46 PEPE DOMINGUIN, que entre otras aventuras fue novio de Chabuca Grande (les detienen en una ocasión por estar en una actitud demasiado cariñosa) escribió un delicioso libro de Memorias, “MI GENTE”, que publicó Alianza en 2003. La narración termina en 1957, con la muerte del padre y la boda de Luis Miguel. Narra discretamente sus aventuras (estuvo casado 4 veces, pero tuvo también, como su padre, como sus hermanos -sobre todo Luis Miguel- infinidad de historias), 


sus estancias en Colombia, Perú, México, Venezuela… En Colombia le da el soroche (mal de altura) –como a nosotros recientemente cuando hemos estado-, pero acaba entrenándose subiendo corriendo todos los días el Montserrate (N.N.: Bogotá, 3.152 m.), que no está mal. Los tres hermanos juntos empiezan allí; 


Luis Miguel no podía –por edad- torear aún en España. Y en esa época, alrededor de 1943, sitúa Pepe el contacto de Domingo con el marxismo. Pepe asiste a las tertulias de “El gato negro” con Benavente (que le confiesa que le gustan más los toreros que los toros) y Jardiel.


 Comienza el libro con su padre de chaval robando un saco de bellotas, y termina con su muerte, rodeado de los hijos que le forran a morfina. En el libro le veneran. Algunos testigos de la realidad, Javier Pradera entre otros, decían que le tenían pánico, por burro y cazurro, aunque era honrado, justo y cabal. “Venían de la pobreza más absoluta, y fueron explotados por su padre que era un torero mediocre, pero que comprendió el filón que tenía con sus hijos” (Pedro Portabella). Es más divertido, como es lógico, -pero no mejor, ni mucho menos- el libro